A esas personas que están en medio
Voy a empezar diciendo una cosa:
estorban. Se encuentran en el sitio común de paso.
A esa persona que estorba: al menos recordarle que está en medio. El problema se agudiza porque nadie lo reconoce, han llegado ahí por mérito propio y el transgresor debe rodear al acusado, punto uno. La calle es de todos.
Suenan risas y murmullos, el apartado no quiere y se resigna a ser apartado, insiste. Los ha visto más chulos que tú.
Este apartado o punto uno, es breve. Se soluciona aplicando un rodeo, esquivando ligero el codo del anfitrión que bloquea la puerta, el susodicho, el carcamal, el retaco vacilón que nos está impidiendo el acceso a la puerta, entrada, pasillo o cualquier lugar en el que él haya decidido que es
en medio y entorpecer tus pasos. La otra solución es darle un manotazo y esperar, ya no está en medio, valga la redundancia, quitar de en medio.
Punto dos. No se va a quitar de en medio y le molesta que se lo preguntes. Conflicto. Desastre, se menean los cimientos bajo la corteza craneal por qué, me pregunto. Quizás no debiera pasar por ahí. Cuando las palabras son huérfanas de afecto la lucha toma las riendas y arremete sin compasión. Miro para otro lado, me encanta, con precaución y disimulo mirar para otro lado, alejar la mirada hacia el más allá de los muertos, como si no estuviese aquí. Insisto, me dispongo e intento por segunda vez llegar a mi destino, tan solo a dos pasos más en dirección recta. No tengo carnet de conducir, ni lo he tenido, tener unas buenas piernas y el transporte público ayuda a ello. Quiero pasar por aquí.
Oposición, no contento en su primer intento, el del codo, ahora he ganado un placaje frontal de rugby. El individuo a optado por además mostrar una mirada desafiante. Sus amigos le observan, yo creo que le tienen miedo, es el del medio de la pandilla. ¿Y mi cara? Mi cara es un poema, sonrojo, sudor, escalofrío, qué me está pasando, puedo controlar mis instintos de un frenazo. - ¿Sería tan amable de dejarme pasar?
Ese segundo se ha hecho eterno, ¿me habrá escuchado? ¿estará haciéndose el tonto a propósito?
Oigo algo comenzado a moverse en sus entrañas, algo cerdo y estrepitoso, un rebuzno ensordecido, el sonido quejoso de un portón abandonado. Los emite su interior... bueno ese tío expele por los cuatro costados.
Me mira.
Sus amigos le miran, dejan de respirar pero reaccionan, se apartan ante esos buenos modales proferidos. Normal. Y por primera vez noto reacción ante la sorpresa de todos, intenta entender mis palabras. Respiro.
No debo abrir la boca y apretar mucho la nuez a la glotis para comprender que no vamos a ser ni mucho menos amigos, tal vez no volvamos a hablar pero ¿se apartará de una jodida vez de en medio? y ahí va...
- Pues hombre... pasa pasa
- Pues hombre, haberlo dicho
- Pa qué quieres pasar
- ¿Es que no tienes otro sitio por donde pasar?
El primer intento suele salir mal, a pesar de tener formación académica, creo que se aprende en la calle. Sortear a gente cuando vas andando a todas partes se aprende desde pequeño, vayas en bici o a pie y ya nunca se olvida.
Con quién si que de verdad no puedo son:
- La chica bonita que se gira y hace como que no va con ella y sigue hablando con las amigas.
¿Cómo voy a decirle nada a una niña? De mala educación como poco, pienso y ya te puedes quedar estático no vayan a pensar que quieres ligar con ella.
- Que el que gire la cabeza y haga como si no estuvieras fuese un varón y ya no tan bajito.
Notas de repente como todos sus amigos se ponen a tu alrededor sin moverse, como verdaderos fantasmas de muchos ojos que ven todo en ti. Mal, se empieza a poner la cosa fea y aquí las piernas juegan un gran papel. ¿Pero porqué coño no me deja pasar?
- La viejecita
Buenooo, ahora lo entiendo. Tú vas en un autobús y la señora de delante que hace unos instantes acababas de ayudar a subir el primer escalón y con ese pretexto, colarse, ha montado entre el bastón y el bolsón colgado del brazo una barricada-tapón de muy padre señor mío. Gente sin subir todavía, el bus parado, muchas personas poniéndose de puntillas para saber que pasa más adelante. La cosa no fluye. Comprendo su lentitud, pero no su chulería al cerrar el paso. Escudriña un asiento libre antes de nada y entorpece en cada movimiento el de los demás. Aguanto, no tengo prisa, ella tampoco. Uno a uno mira a todos los pasajeros sentados. Ellos ni la miran, pero sabe perfectamente cual de ellos va a bajar a la siguiente parada, pone mucha atención.
Yo también, al primer error, regate y esquivar el bastón pero ojo no haya puesto su ojo en la misma dirección. No te dará tiempo a reaccionar. Las colas son el eslabón de una cadena y ellas son el primero. Nos paren, educan, quieren y llegadas a una cierta edad, formas parte de lo único por lo que merece vivir esta vida, sus hijos. Las personas mayores ¿Pero qué hacemos cuando una de estas está en medio?
Ahora todos diréis: Hombre yo, le daría un abrazo.
Es absurdo, siento algo raro si abrazo a desconocidas. Huelen raro, se percibe mucho más. No siempre el individuo en cuestión queda satisfecho con tres manotazos en la espalda. Abrazar es para enamorados. Con mis casi 100 kilos pocos se prestan a que les de un abrazo. Normal.
Dejo mis pretensiones abrazatorias y retomo el camino del despiste, ojalá fuese fácil encontrar un hueco, un resquicio que me permitiese pasar fuese por donde fuese y llegar al fondo que siempre hay sitio y donde una persona de avanzada edad, nunca optará a llegar. La vista se hace exageradamente corta con la edad y esperan ser vistas al menos a la hora de bajar.
Y tanto tanto escribí aquella vez, sin apartar la vista de la pantalla del móvil, a toda velocidad que olvidé la noción del tiempo mientras pulsaba sin cesar y todo lo que aquí corroboro, se volvió en contra mía aunque agradezco la paciencia al lector para encontrar al final, de verdad, alguna lógica interfiriendo el paso, mezclando niñas y abuelas, odio al que siempre en medio está.